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Mostrando entradas de septiembre, 2019

Muerte

Te besé por última vez un triste nueve de mayo; tu cuerpo se enfriaba bajo mis manos de papel y yo me prometí quererte siempre, aunque tu corazón ya no latiera contra las yemas de mis dedos, aunque tus ojos ya no vieran más allá de sus pupilas anegadas por la muerte en aquel último adiós.

Deshielo

Abrázame tan fuerte que el calor de mis mejillas se convierta en anestesia y me deshiele el corazón.

Este silencio.

¿Así que este es el silencio que me envuelve cada vez que me desprendo de cualquiera de esa gente que refleja un sentimiento con mil besos en mi frente?

Gran Vía

Nuestros pasos en Gran Vía a las 2 de la mañana se han convertido en melodía y nuestras manos encerradas en un lazo inquebrantable son la razón de la sonrisa dibujada en tu mejilla.

Promesas.

Era de noche en aquella plaza; alrededor, varias palmeras, y, a lo lejos, el sonido del mar inundando con su voz cada rincón. Nos sentamos en aquel banco, cerca de la torre del reloj y lejos, muy lejos, de la Puerta del Sol. El silencio acompañaba el compás de las olas contra el muelle y aquel edificio iluminaba el mar con sus luces intermitentes. A lo lejos, se veían las farolas ilegales de aquel barrio construído de noche, a la luz de una luna que impregnaba toda la ciudad de luz. En aquel lugar decidimos volver a encontrarnos, creamos un plan imperfecto: por siempre juntos junto al mar. Te prometí tantas cosas antes de que llegara el miedo y antes de que la presión en el suelo se volviera contra mí. Pero ya no, ya no más, no más abrazos a la altura del reloj; no más, no más besos allá arriba, junto al ascensor. No más, no más sueños, solo pesadillas mal plegadas en la esquina de un papel; solo miedo, rencor, odio, miedo, miedo, miedo, miedo.

Delirio

Siempre quisiste besar mis labios sabor caramelo, sentarte junto a mí en el sofá y susurrarme mentiras al cuello. Siempre quisiste tocar cada ola de mi cabello, pero nunca quisiste escuchar una opinión o un recuerdo. Siempre quisiste danzar contra mi cuerpo excluído, y nunca quisiste atender a aquellos largos suspiros. Siempre quisiste buscar ese placer egoísta, perdido entre los gemidos de tu maldito amor narcisista. Siempre quisiste disfrutar de una atención detallista, pero nunca dejaste de jugar a ser el dueño de mi vida.  Y yo nunca pude mirar más allá de tus mentiras y, ahora, con el cuerpo entumecido, perdido entre los miedos que me atormentan desde aquel día, te declaro culpable de todos los sobresaltos que me llevaron al llanto y confieso que tu mirada es demasiado semejante a la del hombre causante de toda mi insensatez.