Eras poesía.



Tus ojos, claros, se enternecían;
eras poesía.
Tu lengua, dulce, se entretenía;
eras poesía.
Tus manos, firmes, se entreveían;
eras poesía.

Eras poesía cuando llovía,
eras poesía bajo el cristal.
Eras poesía al final del día;
eras poesía, y nada más.

Pero al levantar los ojos hacia ti;
al querer mirar y descubrir
tu identidad;
entonces, me di cuenta
de que, en realidad,
tu poesía no vale nada
si no veo en tu mirada
ningún atisbo de él.







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